Expresarse como homosexual implica superar los conflictos que impone actuar al margen de lo normal, y es que esa norma se mantiene gracias a que la sociedad reproduce mecanismos, a veces tácitos, para marginar a los diferentes.
Afortunadamente los avances en materia científica aseveran que la homosexualidad no es una enfermedad ni mucho menos una aberración moral, y sí una elección no consciente de una de las aristas más complejas de la personalidad humana (la sexualidad).
Esto nos coloca ante la disyuntiva de vetar el derecho de una persona a la felicidad por el simple hecho de ser diferente o aceptar el mundo tal cual es: heterogéneo y complejo. El camino para un mundo justo transita, sin dudas, por la segunda opción.
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