Cuando practicamos ejercicios se desatan una serie de cambios hormonales, metabólicos, neurológicos que resultan beneficiosas al organismo. En esas circunstancias, la perfusión de los pulmones se hace más intensa y se facilita el paso de oxígeno de los alvéolos a los capilares pulmonares, mejorando la función respiratoria, el rendimiento cardiovascular, y hasta el estado de ánimo.
Si esta actividad las realizamos cuando nuestro cuerpo aún está en pleno desarrollo como ocurre en la adolescencia y juventud, potenciamos las capacidades de órganos y músculos, entrenándolos para soportar cargas mayores en la adultez.
La práctica sistemática de un deporte promueve el metabolismo de los triglicéridos, reduce la tensión sistólica y diastólica, previene la hipertensión, el sedentarismo y la obesidad, aligerando así la carga que nuestros huesos deben soportar.
Quizás parezca increíble, pero los ejercicios también activan el tránsito intestinal y disminuyen el tiempo de contacto entre la mucosa del cólon y ciertas sustancias cancerígenas que es preferible evadir.
Buen artículo.
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